Lobo de ensueño blanco

Por Florencia Monoukian

Un día normal, en un pueblo de una ciudad común, vivía una pequeña niña con una situación particular: padres separados que aún vivían juntos y no paraban de pelear. Ella, blanca como jazmín, con ojos extraños, incoloros, enormes, llenos de nada. Su cabello tan extraño como su persona, marrón y blanco, tapaba tiernamente su ojo derecho dejando ver sólo un poco de él, llevando siempre un lazo rojo en su cabeza como si de un regalo se tratase, igual a su padre y extrañamente diferente a su madre. La niña llegó a su casa un mediodía nublado, una casa lujosa como ninguna. Al llegar, supo distinguir que ninguno de sus padres estaba. Sonrió, puesto que era lo que a ella más le gustaba: casa sin gritos, vasos rotos y maltratos… Sólo silencio.

            Era un día raramente tranquilo, hasta que se escuchó un pequeño crujido en la parte trasera de la casa. La pequeña se levantó lentamente, quizás un poco asustada. Abrió la puerta sólo un poco para espiar, logró visualizar una cola blanca y brillante, parecía un can hecho de nieve. A su lado había pequeñas gotas de un líquido negro y espeso. La niña se frotó los ojos al ver tan extraña textura en ese pelaje, pero cuando volvió a abrirlos, el perro ya no se encontraba allí. La niña supuso que simplemente tenía sueño y lo había imaginado, aunque no se percató de que las gotas de ese líquido negro seguían allí.

            Cuando estaba a punto de cerrar la puerta de atrás, escuchó la de la entrada abriéndose: eran sus padres, que habían vuelto a casa. La madre regañó a la pequeña, ya que hacía mucho frío afuera, y no sólo había abierto las puertas sino que además estaba descalza. La niña no tardó en correr a su habitación para ponerse unos zapatos. Al volver, encontró a sus padres discutiendo nuevamente y no de forma calmada. Comenzó a llover, y la pequeña ya sabía lo que se venía, así que de nuevo se fue a su habitación, encerrándose al instante. Aterrada, escuchó por varios minutos a sus padres gritar, golpearse y arrojarse cosas, hasta que por fin cayó dormida.

            Despertó de repente al sentir el frío ir desde sus piernas hacia todo su cuerpo, descubriendo que la ventana estaba abierta de par en par. Se levantó lentamente, y apenas apoyó sus pies en el frío piso sintió algo extraño entre sus dedos: ¿líquido?

            Miró hacia abajo y vio un líquido negro que iba desde la ventana hasta debajo de su cama. Ene se momento sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Apoyó las rodillas en el piso y lentamente bajó la cabeza hasta dar con la parte baja de la cama. Se sobresaltó al ver dos pequeños focos blancos de luz en la completa oscuridad del lugar. Rápidamente trepó a su cama intentando no gritar para que sus padres no la escuchen. En ese momento, de debajo de la cama surgió un extraño perro color blanco, brilloso, con una característica especialmente escalofriante: le faltaba toda la parte superior de su cara, sus ojos era reemplazados por un agujero enorme de donde brotaba el líquido negro característico, acompañado de dos pequeñas luces blancas como estrellas imitando sus ojos. El perro lloriqueó, demostrando vulnerabilidad a la niña que no tenía nada que temer. Cuando la pequeña al fin se calmó, el gran perro subió sin permiso alguno a la diminuta cama. Se recostó a su lado esperando, al parecer, una muestra de cariño por parte de la niña. Ella, aunque un poco shockeada, se armó de valor y le dio un par de tiernas caricias al animal, que movió su cola pacíficamente.

            La niña, extrañada de recibir una compañía tan bonita y sintiéndose tan sola, se encariñó con el aparentemente solitario perro. Ambos se quedaron dormidos.

            A la mañana siguiente, la niña despertó sola, con las sábanas manchadas de negro por el extraño perro. Lo buscó, pero no lo encontró por ninguna parte. Desde afuera de su habitación se escuchó el grito enfadado de la madre diciéndole que llegaría tarde a la escuela, lo que hizo que la pequeña empezara a alistarse rápidamente y se fuera.

            Desde que llegó a la escuela, tuvo una extraña sensación de cansancio severo y fatiga, tanto que no podía ni siquiera mantenerse despierta, y esto duró alrededor de una semana. No entendía por qué, buscaba mil posibles respuestas: -No puede ser falta de sueño, si dormí perfectamente bien con el perro esta semana- pensó, y allí mismo encontró la respuesta: el perro era el culpable. Al parecer, éste parecía llenarla de alegría pero a la vez drenarle su energía, se alimentaba de ella.

            Ese domingo, en la cena familiar, pasó lo que la niña temía que pasara: no podría mantenerse despierta ni siquiera para comer. Su madre se enfureció, le gritó, regañó y hasta culpaba al padre por esto. Los dos comenzaron a discutir hasta que la mujer golpeó a la niña, hiriendo su nariz y haciéndola sangrar. La niña, llorando desconsoladamente, corrió a su habitación buscando su único consuelo. El perro apareció debajo de la cama, como siempre. Lamió sus lágrimas y sin darse cuenta también su sangre, entendiendo lo que estaba pasando. Además de que la pequeña no paraba de gritar que su madre la había golpeado por quedarse dormida en la mesa, teniendo pequeñas faltas de aire al llorar.

            El perro sabía que a pesar de la felicidad que se brindaban mutuamente y lo alegres que se sentían, su presencia sólo estaba causándole más problemas con su familia. En ese momento, el perro lamió nuevamente las lágrimas de la niña y apoyó su frente junto a la de ella, como si fuera la última vez que se verían. Entonces saltó por la ventana y la niña, llorando y gritando, pedía que regrese… pero ningún sollozo de pero respondió esta vez. Sin aviso, la puerta de entrada se azotó, parecía que alguien había salido enfurecido de la casa. La pequeña abrió lentamente la puerta de su habitación, que daba directamente a la puerta de entrada. Vio a su padre de rodillas en el suelo, sollozando, con las manos en la cabeza. La niña salió de su habitación lentamente preguntándole qué había ocurrido, a lo que él le respondió: -Tu madre se fue – dijo con un llanto que antes parecía de tristeza, pero ahora parecía más de alivio – No más peleas, no más gritos. Solo vos y yo, hijita – El hombre abrazó fuertemente a su hija, que lloraba aliviada igual que su padre.

            La pequeña niña que anteriormente tenía ojos incoloros parecía tener ojos con cada color del arcoíris, llenos de alivio, amor y risas. No sólo por ser feliz junto a su padre, sino porque no esperaba que cuando volviera a acostarse y bajar la mano de la cama, un pelaje blanco se acercara para ser acariciado.

Fin.

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