Por Renata Sosa
Camino en la mediocridad de mi corazón, tratando de revivirlo, teniendo esperanza de escuchar ese latido que te susurra tu sentir más sincero, es un hilo de voz tan fino que parece que se puede cortar hasta con la punta de una hoja. ¿Tan difícil es lograr que esas palabras lleguen a mí? ¿Por qué nunca las oí? Siempre fui sincera con lo que sentía, pero tengo que recorrer mi corazón tan oscuro y vulnerable con una vela que posee una llama visible, capaz de iluminarme.
No hay nadie junto a mí, estoy sola como siempre lo estuve; por eso estoy tan apagada. Nunca deseé estar sola pero tampoco pedí estar acompañada, es un sentimiento agridulce estar rodeada de personas. Por mi pensamiento debo estar aquí, atrapada sin ninguna respuesta y con una infinidad de preguntas que me hacen pensar en mi miserable vida.
No soy capaz de entender lo que es amar; al fin y al cabo, nunca pude comprender para qué hacerlo. ¿Será un acto de insensibilidad? ¿Será que nunca nadie me enseñó lo que es amar? ¿Alguien me habrá amado? Todas estas incógnitas no paraban de perseguirme, y yo ya estaba cansada de huir; necesitaba una respuesta. No me molestaba estar encerrada, a eso ya estaba acostumbrada, pero no sabía dónde estaba y eso me desesperaba.
Estaba exhausta, rendida, estaba segura de que nunca iba a encontrar la resolución a este problema, pero una especie de milagro ocurrió. Una pequeña y ligera planta vino hacia mí, atrayéndome involuntariamente con su belleza. Era un diente de león. Tomé la decisión de agarrarla y soplarla pidiendo por favor que mi pensamiento se expanda y cree una solución.
De pronto, toda la oscuridad que parecía que me succionaba, desapareció para transformarse en un blanco limpio y luminoso con la capacidad de cegar a cualquiera. Veía algo, era una persona con la mirada igual de perdida que yo.
Dialogamos, pero él no se esforzaba mucho por mantener una conversación. ¿Seré yo el problema? Traté de no destruirme a mi misma con ideas erróneas. Parecía no tener mucho para contar o su vida era demasiado triste para contarla, como la mía. Decidí cuestionarle cómo llegó hasta mí y descubrí que habíamos pasado por lo mismo. Me narraba de una manera muy triste y melancólica un sentimiento que yo conocía muy bien, el no poder amar.
Se sentía ese pesar en el ambiente y continué la charla con lo primero que se me venía a la cabeza. Ese chico era muy interesante, su historia de vida tan caótica y sin amor, era tan triste pero tan deslumbrante cómo percibía cada detalle de su existencia. Desde que nos encontramos, siempre le presté atención a sus relatos por su destacada narración, pero no fui capaz de fijarme en su físico; su cabello era de color castaño claro, parecía suave; sus ojos eran cafés, daban la sensación de que eran olas en constante movimiento, parecían oceánicos; su piel era de un color cálido, como bronceada, parecía tan delicada. Él era delicado.
Me delaté cuando lo miré fijamente a los ojos, eran muy hipnotizantes. Por su parte, el chico no sabía qué hacer, no se sentía incómodo sino observado; era raro porque no le molestaba. No logró recordar cuándo fue la última vez que alguien lo había mirado así, o siquiera si alguna vez alguien lo había mirado de tal forma.
No lo podría negar, era extremadamente atractivo, no sólo su físico sino todo de él. En ese momento sentí esos susurros que tanto ansiaba, me decían cosas con un excesivo amor y cariño hacia la otra persona, solamente con haberlo escuchado hablar y prestar atención a cada detalle de su aspecto, ¿ya me había enamorado? Me parecía absurdo, no le veía sentido, ¿eso era amar?
Ante esos sentimientos no pesaba hacer nada, ya pasarían, no es normal que alguien se enamore con tal rapidez y que espere que la otra persona lo corresponda sin cuestionar nada. Y en ese momento en el que mi cabeza colapsaba, sentí sus brazos cálidos y llenos de afecto en mí; no tenía nada para decir; mejor dicho, no tenía nada que decir, sólo para sentir.
Por única vez, me sentí amada y protegida, nunca me había tomado la molestia de buscar ese abrazo que, aunque no lo sabía, necesitaba. Él estaba adivinando cada sentimiento que mi corazón recitaba, estaba saciando mis necesidades. ¿Le estaré dando pena o realmente me amará? Todas esas dudas desaparecieron cuando sentí que todo se desvanecía, la oscuridad se apoderó de mi vista y ya no veía a ese chico; corrí y corrí hasta que lo vi a una distancia a la que mis ojos no llegaban a distinguir muy bien, pero por primera vez vi cómo me sonreía única y exclusivamente a mí. Hice lo imposible para acercarme, pero me caí en un agujero que mi propio corazón había construido. No entendía, pero estaba cayendo feliz y con lágrimas que en vez de saladas se volvieron dulces por la felicidad que me dio.
Desperté, estaba tan desorientada. ¿Había sido un sueño? Tiene lógica soñar con algo que siempre ansié, pero fui tan feliz. De lo único que estaba segura es de que era él la persona que necesitaba pero que nunca me enteré de que lo precisaba con tanto afán.
Desde ese día me sentí en soledad y con un vacío en el pecho que sólo él podía llenar. La habitación podía estar llena de regalos de familiares para que yo me sintiera amada, pero mi corazón estaba vacío, en completo silencio porque no había palabra que decir, no había nadie presente para amar. Me sentí ridícula al pensar en el sueño que tuve, yo no era capaz de amar a alguien y nadie me iba a amar a mí; de repente, por primera vez en mi vida, esas palabras me dolieron y comencé a llorar desconsoladamente por ilusionarme, me sentí completamente tonta y vulnerable, sólo el amor podía doler así.
Seguí mi vida con ese hueco que nunca nadie pudo llenar, prometiéndome a mí misma guardar mi corazón para cuando llegue el momento indicado para reencontrarnos. Sí, yo seguía con esa esperanza de que algún día lo iba a volver a ver e iba a sentir esa misma emoción que cuando lo conocí, ese armonioso abrazo que me dio y la única vez que me dedicó su dulce y extraordinaria sonrisa que me hizo caer en un océano lleno de emociones y sentimientos por descubrir que quería descifrar con él al lado. Se volvió una persona muy importante para mí; aunque sólo haya aparecido en mis sueños, realmente me había enamorado, o tal vez obsesionado.
Estaba caminando en un día normal con un sol resplandeciente que los girasoles amaban ver y broncear sus bellos pétalos para volverse cada día más deslumbrantes. De repente, un diente de león pasó volando y recordé cómo lo conocí, parecía que me quería guiar a algún lugar. Entonces lo seguí hasta que se quedó volando en un mismo lugar, me pareció extraño, lo tomé y lo soplé; fue ahí donde me quedé helada, el sol tan radiante que había ese tan bello día no pudo hacer efecto en mi total sorpresa. Era él, y estaba igual de bello que la primera vez que lo vi en ese sueño que tanto esperé volver a tener.
Me acerqué cada vez más para verlo sentado en un banco; estaba leyendo, por lo visto esperando a alguien. Me pareció curioso, entonces me quedé, y fue ahí cuando llegó una chica alta, con pelo azabache, tenía una sonrisa muy encantadora y carismática. Era, a mis ojos, perfecta. Me quedé viendo cómo hablaban, él era tan expresivo para charlar. Sus manos iban y venían sin para cada vez que decía algo, sus gestos mostraban que se estaba divirtiendo y que realmente la estaba pasando bien, me sentía feliz de verlo así. Pero por otro lado me sentía tan deprimida por no ser yo la que le provocaba esa sonrisa tan hipnotizante; volvieron los sentimientos agridulces, aunque no me preocupé demasiado, mi total atención estaba en cada movimiento que él hacía.
Se me estaba pasando toda la tarde ahí, no me molestaba en lo absoluto y tampoco quería dejar de verlo. Qué error que cometí al quedarme, vi perfectamente cómo él la abrazó con el mismo amor con el que me había abrazado a mí, vi cómo sus rostros se alejaban del hombro del otro, cómo él le acariciaba su mejilla y cómo con su mano impulsó la cara de la chica para que sus labios se rocen y finalmente hundirse en un profundo beso. Me quedé pálida, no me lo esperaba y menos de quien yo estaba enamorada; en ese momento me sentí rota, mi corazón estaba roto y todos mis sentimientos se estaban desvaneciendo en la niebla de mi cabeza, sentía cómo mis ojos se inundaban de lágrimas mirando fijamente el escenario que tenía frente a mí. La única persona que me hizo sentir algo, que me hizo tener un motivo para vivir y para seguir teniendo corazón, amaba a otra persona y era feliz con alguien más. Ella sí podría hacerlo reír y lograba que sus ojos brillaran cada vez que la veía, ella era capaz de transportar todos sus sentimientos hacia él y generarle esa calidez que siempre quise que él tenga, pero de mí. Ella sí sabe amar correctamente, pero mi amar es mediocre y no puedo tener tanto amor en mí porque no sé cómo manejarlo, y eso me lleva a la obsesión. No sé amar y por eso no me aman a mí, nunca me merecí su abrazo, su afecto, nunca lo merecí a él y por eso me siento tan egoísta ahora mismo. Él tiene que ser feliz y no puedo obligarlo a que me ame, entiendo eso, pero ¿por qué duele tanto si me hace feliz que él lo sea? No es justo para él tener a alguien como yo.
Me fui de allí dejando ir al único que fue digno de mi corazón, que ahora está roto; me fui dejando mi alma para no extrañarlo, me fui dándole una sonrisa aunque quería desaparecer, me fui abandonando toda esperanza de ser amada y correspondida, me fui sin despedirme porque las despedidas son tristes y deprimentes, me fui dejando que alguien te ame en mi lugar porque nunca te supe amar, me fui sin agradecerte por haberme enseñado a amar o, mejor dicho, a amarte. Me fui sin que nadie me extrañe, pero por lo menos me fui amando a alguien.